El mundo se ha llenado de conocimientos. La raza humana ha desarrollado una capacidad cerebral por encima de la de cualquier otra especie. Y admiramos a las personas a quienes consideramos inteligentes por su alta capacidad de pensar, razonar o hallar grandes descubrimientos.
Y sin embargo, algo nos dice que no todo lo que sabemos proviene de nuestro cerebro pensante. Siempre hay algo que se escapa a la capacidad del cerebro racional.
Desde una base científica está demostrado que en cada uno de nosotros además de nuestro cerebro-mente pensante, existe un cerebro universal, algo así como un gran almacén de datos al que podemos acceder para encontrar respuestas a muchas de nuestras incógnitas, y sobre todo a aquellas a las que no logramos responder con nuestro cerebro racional.
El cerebro universal es un espacio de conocimiento esencial accesible a cualquier persona sana que ofrece aptitudes innatas para el lenguaje, la empatía, la honestidad o la confianza. Con los estímulos adecuados podemos acceder a este cerebro universal, predispuesto además, a desarrollar las mejores cualidades.
En los primeros años de vida, aprendemos a base de estímulos que despiertan el conocimiento esencial. Con la llegada de la madurez cerebral, sobre los veinte años de edad, la mayoría de las cosas que aprendemos pasa a ser conocimiento fabricado (instituto, universidad etc.), recurriendo a ese cerebro universal en contadas ocasiones. Hay un cambio de estímulos de lo experimental a lo conceptual.
Y las personas estamos hechas para vivir experiencias y no conceptos.
Retomando ese otro tipo de estímulos que nos llevan a cultivar no solo lo racional sino también lo intuitivo, logramos un mayor conocimiento. Y podemos llamarlo intuición, Registros Akáshicos, sabiduría interna; como queramos nombrarlo será lo menos importante, pues lo verdaderamente importante es retomar la vía de acceso a esa fuente de conocimiento y aprender a confiar en ella.
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