Desde la famosa frase de “El corazón tiene razones que la razón no comprende” (Pascal, Pensées, VI, 277), se viene admitiendo que no todo es explicable desde el paradigma de la razón, del razonamiento lógico.
Los modos de hablar y expresarse pueden cambiar mucho según la época y el lugar, pero siempre el lenguaje sirve para acercarnos a la realidad dejándonos un espacio para la reflexión.
También las diferentes disciplinas Biología, Física, Matemáticas estudian esa realidad desde su parcela. Sin embargo, cada vez más se necesita una educación multidisciplinar, interdisciplinar y transdisciplinar.
Desde que Niels Bohr, unificó las dos grandes teorías de la Física, la corpuscular y la ondulatoria, entramos en la etapa de la cuántica, de las probabilidades y nos alejamos de la teoría del pensamiento lógico, unidireccional.
¿A que nos lleva esta caótica introducción?
A lo más sencillo. A entender la anécdota de una madre que fue designada como juez para juzgar un delito cometido por su propio hijo. Al final de las intervenciones de fiscal y abogado defensor, la juez-madre dictó sentencia en términos de una realidad ambigua: como juez veía indicios de culpabilidad, y como madre conocedora de la esencia de ese hijo, veía razones de inocencia. ¿Dónde queda entonces la sentencia?
Tampoco podemos dudar de todo y sumirnos en una concepción de realidad inestable, pero sí que podemos admitir la ligereza de nuestros juicios, la facilidad con la que se crea un pensamiento al que le damos prioridad cuando podríamos desecharlo, permitiendo que surgiera otro más útil para nosotros y que consiguiera el efecto de avance en nuestro bienestar.
Y si alguna duda cabe, yo diría que el corazón siempre tiene razón o sencillamente, se equivoca menos veces.
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